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jueves, 6 de enero de 2011

Ayuda humanitaria

Cuando ayudamos a los demás empatizando con su sufrimiento estamos defendiéndonos psicológicamente de nuestra culpa. Hacemos que el sufrimiento de los demás sea real para todo el mundo.
Si percibes a alguien débil, haces su cuerpo real y lo conviertes en algo vulnerable a la muerte. La verdadera respuesta amorosa es reconocer que el Amor es la única Curación. En Su Fortaleza está la Visión de la Vida Eterna y el reconocimiento de la realidad del Ser.



Quítate de en medio

Los milagros son hábitos, y deben ser involuntarios. No deben controlarse conscientemente. Los milagros seleccionados conscientemente pueden proceder de un falso asesoramiento.

5 principio de los milagros
UCDM

Lo que dice este principio es que no debemos confiar en nuestras propias percepciones y, por lo tanto, no debemos escoger cómo tenemos que reaccionar a lo que percibimos. Eso es lo que quiere decir "los milagros seleccionados conscientemente pueden proceder de un falso asesoramiento". Aquí se usa la palabra "milagro" en el sentido popular de los milagros como cosas que nosotros hacemos. Dice, repito, que no debemos ser nosotros los que escojamos lo que hacemos. Podemos estar frente a alguien que esté sufriendo, y podríamos apresurarnos a hacer algo para sanar o aliviar el sufrimiento de la persona, y eso finalmente puede no ser la acción más amorosa que podamos realizar. Esto podría surgir de la lástima; podría proceder de la culpa; podría proceder de nuestro sufrimiento; podría no emanar del amor. Y así lo que Jesús nos dice aquí es: "No elijan conscientemente lo que será el acto de amor. Déjenme hacerlo por ustedes." Este es un punto muy claro, y muy importante. Una tentación en la que pueden caer muchas personas que trabajan con el Curso, así como personas que están en otros caminos espirituales, es convertirse en benefactores espirituales. Por ejemplo, usted va a traer paz al mundo; usted le va a mostrar la verdad a la gente; usted va a ayudar a mitigar el sufrimiento, etc. Todo lo que hace realmente es hacer el sufrimiento real porque lo está percibiendo afuera. Tampoco se percata de que si lo ve afuera, tiene que ser únicamente porque lo ve dentro de sí mismo. Si usted percibe el dolor en otra persona, y se identifica con el dolor, sólo puede ser porque lo ve en usted mismo. Podría ser un ejemplo de reacción-formación: Siento que soy terrible y, por lo tanto, psicológicamente me defiendo de mi culpa tratando de ayudar a todos los demás, tratando de expiar mi pecado después de haberlo hecho real.

Esto no significa que usted niegue lo que ve. Si alguien se ha roto un brazo y grita de dolor, no quiere decir que usted niegue que esa persona siente dolor y que le vuelva la espalda. Lo que sí significa es que usted cambie su manera de mirar ese dolor. Usted se percata de que el verdadero dolor no procede del cuerpo; el verdadero dolor surge de la creencia en la separación que está en la mente. Si verdaderamente quiere ser un instrumento de curación, usted se une con esa persona, lo cual quiere decir, quizás, que usted se apresure a llevarla al hospital. Pero lo que realmente hace a través de la forma de su conducta es unirse con esa persona, y darse cuenta de que usted está sanando tanto como ella.

El asunto aquí es que esta no es una decisión que debemos hacer por nuestra cuenta. Muchas veces cuando tratamos de ayudar, realmente hacemos otra cosa, que a menudo es una extensión de nuestra propia culpa. La lástima no es una respuesta amorosa, la conmiseración no es una respuesta amorosa. Lo ve a usted distinto a la otra persona. En el Capítulo 16, el Curso establece una distinción entre la falsa y la verdadera empatía (T-16.I). La falsa empatía es identificarse o empatizar con el cuerpo de la otra persona -bien sea que hablemos del cuerpo físico o del cuerpo psicológico- lo cual significa que usted hace débil a esa persona al hacer el cuerpo real. La verdadera empatía es identificarse con la fortaleza de Cristo en la persona, al percatarse de que el pedido de ayuda de esa persona es el suyo y, por lo tanto, ambos están unidos más allá del cuerpo.

Recuerden, el problema clave que hay que vigilar es cualquier cosa que refuerce la separación. Es por eso que el parecer del Curso acerca de la curación es tan diferente al de otros caminos. La curación no es algo que alguien hace. La verdadera curación, como la ve Un curso en milagros, no proviene de rezar determinada oración, o de una imposición de manos, o de darle energía a alguien, o de algo por el estilo. Si así fuera, usted estaría haciendo real algo del cuerpo y estaría diciendo que usted posee un don que nadie más posee. Eso no es curación. Esto no quiere decir que estos enfoques no puedan ser útiles, ni quiere decir que no deban usarse. Lo que esto significa es que no se deben llamar curación, porque entonces se estaría reforzando la separación. Muy sutilmente, se estaría haciendo real al cuerpo.

La única verdadera energía en este mundo es el Espíritu Santo. Cualquier otra cosa es falsa energía, y realmente es del ego, del cuerpo. La "energía sanadora del mundo" es el perdón, el cual procede del Espíritu Santo en nuestras mentes. Cualquier otra forma de energía puede tener relevancia, existencia, y realidad dentro del mundo del cuerpo, pero ese mundo del cuerpo es inherentemente ilusorio. No es de eso que habla el Curso en términos de curación. Este habla únicamente de la unión con el Espíritu Santo en nuestra mente al compartir Su percepción, y de ese modo unirnos con los demás.

Repito, no somos nosotros quienes podemos elegir qué debemos hacer y qué no debemos hacer. El es el Único Que escoge la expresión del milagro. Luego lo extiende a través de nosotros. Más adelante, el texto amplía este punto, y dice que nuestro único interés es entregarle nuestros egos al Espíritu Santo; extender el perdón no es responsabilidad nuestra (T-22.VI.9:2-5). Es ahí donde nos equivocamos. Tratamos de extender el milagro por nuestra cuenta, lo cual parece ser la acción amorosa o santa. Lo que hacemos sutilmente es permitir que la arrogancia del ego asuma el papel de Dios. Nuestra responsabilidad es sencillamente pedir ayuda para ver algo en la forma que Jesús lo ve en lugar de verlo como lo ve el ego. Esa es nuestra única responsabilidad. Eso es lo que constituye el milagro. Luego él extiende ese milagro a través de nosotros y nos dice específicamente lo que debemos o lo que no debemos hacer.

Es por eso que a menudo hay tanto juicio e intolerancia entre los caminos religiosos y espirituales. La culpa jamás se perdonó en verdad, sino que simplemente se reprimió y luego se proyectó en la forma de una falsa santurronería religiosa. Recuerdo un ejemplo al efecto de hace muchos años, que ocurrió poco tiempo después de que se publicara Un curso en milagros. Conocimos a un hombre que había preparado una amplia gráfica de las correcciones que el Curso le hace a la Biblia y que él estaba a punto de presentarle a varios ministros que conocía, para mostrarles lo que realmente enseñó Jesús. Básicamente lo que hacía era darle por la cabeza con el Curso a las iglesias que le habían dado por la cabeza a él con la Biblia. Afortunadamente pudimos detenerlo a tiempo. Todo el asunto es que debemos estar susceptibles a lo que pasa en nuestras mentes, estar atentos a cualquier cosa en nuestro pensamiento que pueda causar que nos separemos de los demás, y reconocer que ese tiene que ser nuestro ego. Siempre debemos ser cautelosos de no juzgar de acuerdo con la forma, la cual, por supuesto, es la única manera de juzgar del ego. Mas es cierto, sin embargo, que en el mundo ilusorio alguna gente está más adelantada que otra -Jesús es el ejemplo extremo no obstante, siempre debemos ser cuidadosos al juzgar.

P: Yo encuentro esto muy difícil. Como enfermera, se espera que yo responda ante el dolor y el sufrimiento, y ruego que en situaciones de emergencia yo pueda hacer lo que es debido.

R: Básicamente, es de eso que estoy hablando. Esto no significa, dicho sea de paso, que si usted es enfermera y alguien llega desangrándose usted diga: "Ah, aguarde un momento; tengo que salir a meditar y a preguntar qué debo hacer." En realidad eso no es amoroso. Básicamente, usted presume que quiere hacer lo que es correcto; quiere que Jesús actúe a través de usted y luego usted actúa. Si yo estoy atendiendo a alguien en mi oficina, no me detengo cada quince minutos y digo: "Aguarde, tengo que asesorarme con el Jefe antes de decirle a usted qué hacer o qué creo". Yo sólo naturalmente confío que mis reacciones o lo que digo proceden de Jesús más bien que de mi ego. Lo que trato de hacer entonces, es vigilar siempre mis emociones y pensamientos, de manera que si detecto algo que yo sé que procede de mi ego y no de Jesús, de inmediato pido ayuda para quitarlo de en medio. No me concentro en qué debo decir, porque si lo hiciera siempre estaría equivocando mis palabras y no podría decir nada. Mi centro de interés no es lo que digo, sino quitarme yo de en medio.

Kenneth Wapnick