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jueves, 10 de febrero de 2011

Desatino controlado

-¿Con quiénes practica usted el desatino controlado, don Juan? -pregunté tras un silencio largo. El chasqueó la lengua.
-¡Con todos! -exclamó, sonriendo.
-Entonces, ¿cuándo decide usted practicarlo?
-Cada vez que actúo.
En ese punto sentí necesidad de recapitular, y le pre gunté si desatino controlado significaba que sus actos no eran nunca sinceros, sino sólo los actos de un actor.
-Mis actos son sinceros -dijo-, pero sólo son los actos de un actor.
-¡Entonces todo lo que usted hace debe ser desatino controlado! -dije, verdaderamente sorprendido.
-Sí, todo -dijo él.
-Pero no puede ser cierto -protesté- que cada uno de sus actos sea únicamente eso.
-¿Por qué no? -replicó con una mirada misteriosa.
-Eso significaría que nada tiene caso para usted y que nada ni nadie le importan en verdad. Yo, por ejemplo.
¿Quiere usted decir que no le importa si yo me convierto o no en hombre de conocimiento, o si vivo, si muero, si hago cualquier cosa?
-¡Cierto! No me importa. Tú eres como Lucio, o como cualquier otro en mi vida, mi desatino controlado.
Experimenté una peculiar sensación de vacío. Obvia mente no había en el mundo razón alguna para que yo hubiera de importarle a don Juan, pero a la vez yo tenía casi la certeza de que se preocupaba por mi en lo personal; pensaba que no podía ser de otro modo, pues siem pre me había dedicado su atención completa durante cada momento que yo había pasado con él. Se me ocurrió que acaso don Juan sólo decía eso por estar molesto conmigo. Después de todo, yo abandoné sus enseñanzas.
-Siento que no estamos hablando de lo mismo -dije-. No debía haberme puesto como ejemplo. Lo que quise
decir es que debe haber algo en el mundo que a usted le importe en una forma que no sea desatino con trolado.

No creo que sea posible seguir viviendo si nada nos importa en realidad.
-Eso se aplica a ti -dijo-. Las cosas te importan a ti. Tú me preguntaste por mi desatino controlado y yo te dije que todo cuanto hago en relación conmigo mismo y con mis semejantes es precisamente eso, porque nada importa.
-La cosa es, don Juan, que si nada le importa, ¿cómo puede usted seguir viviendo?
Rió, y tras una pausa momentánea, en la que pareció deliberar si responderme o no, se levantó y fue al tras patio de su casa. Lo seguí.
-Espere, espere, don Juan -dije-. De veras quiero saber; debe usted explicarme lo que quiere decir.
-A lo mejor no es posible explicar -dijo él-. Cier tas cosas de tu vida te importan porque son importantes; tus
acciones son ciertamente importantes para ti, pero para mí, ni una sola cosa es importante ya, ni mis acciones ni las acciones de mis semejantes. Pero sigo viviendo porque tengo mi voluntad. Porque he templado mi voluntad a lo largo de toda mi vida, hasta hacerla impecable y completa, y ahora no me importa que nada importe. Mi voluntad controla el desatino de mi vida.
Se acuclilló y pasó los dedos sobre unas hierbas que había puesto a secar al sol en un gran trozo de arpillera. Me hallaba desconcertado. Jamás habría podido antici par la dirección que mi interrogatorio había tomado. Tras una larga pausa, pensé en un buen punto. Le dije que en mi opinión algunos actos de mis semejantes tenían impor tancia suprema. Señalé que una guerra nuclear era defini tivamente el ejemplo más dramático de un acto así.
Dije que, para mí, destruir la vida en toda la faz de la tierra era un acto de enormidad vertiginosa.
-Crees eso porque estás pensando. Estás pensando en la vida -dijo don Juan con un brillo en la mirada-. No estás viendo.
-¿Me sentiría distinto si pudiera ver? -pregunté.
-Una vez que un hombre aprende a ver, se halla solo en el mundo, sin nada más que desatino -dijo don Juan en tono críptico.

Hizo una pausa y me miró como queriendo juzgar el efecto de sus palabras.
-Tus acciones, así como las acciones de tus semejan tes en general, te parecen importantes sólo porque has
aprendido a pensar que son importantes.
Puso una inflexión tan peculiar en la palabra "aprendido" que me forzó a inquirir a qué se refería con ella.
-Aprendemos a pensar en todo -dijo-, y luego en trenamos nuestros ojos para mirar al mismo tiempo que pensamos de las cosas que miramos. Nos miramos a nosotros mismos pensando ya que somos importantes. ¡Y por supuesto tenemos que sentirnos importantes! Pero luego, cuando uno aprende a ver, se da cuenta de que yano puede uno pensar en las cosas que mira, y si uno no pue de pensar en lo que mira todo se vuelve sin
importancia.

Una realidad aparte.
Carlos Castaneda



Elige con corazón un camino

 Mi risa, así como todo cuanto hago, es de verdad -dijo don Juan-, pero también es desatino controlado porque es inútil; no cambia nada y sin embargo lo hago.
-Pero según yo lo entiendo, don Juan, su risa no es inútil. Lo hace a usted feliz.
-¡No! Soy feliz porque escojo mirar las cosas que me hacen feliz, y entonces mis ojos captan su filo gracioso y me río. Te lo he dicho incontables veces. Siempre hay que escoger el camino con corazón para estar lo mejor posible, quizá para poder reír todo el tiempo.
Interpreté sus palabras en el sentido de que el llanto era inferior a la risa, o al menos, quizá, un acto que nos
debilitaba. El aseveró que no había diferencia intrínseca y que ambas cosas carecían de importancia; dijo, empero, que su preferencia era la risa, porque la risa hacía a su cuerpo sentirse mejor que el llanto.

En este punto sugerí que, si uno tiene preferencia, no hay igualdad; si él prefería la risa al llanto, la primera era sin duda más importante. Don Juan mantuvo tercamente que su preferencia no quería decir que no fueran iguales, y yo insistí diciendo que nuestra discusión podía extenderse lógicamente al planteamiento de que, si todas las cosas eran supuesta mente iguales, ¿por qué no elegir también la muerte?
-Eso hacen muchos hombres de conocimiento -dijo-. Un día desaparecen así no más. La gente piensa que los emboscaron y los mataron a causa de sus hechos. Prefieren morir porque no les importa. En cambio, yo prefiero vivir, y reír, no porque importe, sino porque esa preferencia es la inclinación de mi naturaleza. Si digo que prefiero o escojo es porque veo, pero el asunto es que yo no escojo vivir; mi voluntad me hace seguir  viviendo a pesar de cuanto pueda ver. Tú no me entiendes ahora a causa de esa costumbre que tienes de pensar así como miras y de pensar así como piensas.
Esta frase me intrigó sobremanera. Le pedí explicar qué quería decir con ella.
Repitió la misma formulación varias veces, como dándo se tiempo para organizarla en términos distintos, y luego remachó su argumento diciendo que con lo de "pensar" se refería a la idea constante que tenemos de todo en el mundo. Dijo que "ver" disipaba esa costumbre y, mien tras yo no aprendiera a "ver", no podría comprender lo que él decía.
-Pero si nada importa, don Juan, ¿por qué va a impor tar que yo aprenda a ver?
-Una vez te dije que nuestra suerte como hombres es aprender, para bien o para mal -repuso-. Yo he apren dido a ver y te digo que nada importa en realidad; ahora te toca a ti; a lo mejor algún día verás y sabrás si las cosas importan o no. Para mí nada importa, pero capaz para ti importe todo. Ya deberías saber a estas alturas que un hombre de conocimiento vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar qué pensará cuando termi ne de actuar. 

“Por eso un hombre de conocimiento elige un camino con corazón y lo sigue: y luego mira y se regocija y ríe; y luego ve y sabe. Sabe que su vida se acabará en un abrir y cerrar de ojos; sabe que él, así como todos los demás, no va a ninguna parte; sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás. En otras palabras, un hombre de conocimiento no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni tierra, sólo tiene vida que vivir, y en tal condición su única liga con sus semejantes es su desatino controlado. Así, un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo control. Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran buenos o malos, o tuvieran efecto o no.

Una realidad aparte
Carlos Castaneda

...Ríamos pues


No sé tú

A mi se me hace que cuando tienes una relacion santa,  la complejidad y toda la dificultad de este mundo se simplifica hasta el punto mas álgido de la sencillez, que la comprensión se convierte en un hecho, que toda la emocionalidad humana se diluye con una gota de tinta en todos los ríos de la tierra, que las palabras no sobran ni faltan...


Que nada importa y todo tiene un valor preciosísisisimo. Y todo todo eso aunque el otro no lo sepa. Pero lo importante es que tú la tengas, que conozcas tu relación santa. Porque es, quizá en este universo, la unica relación que no es cosa de dos.



Sólo la verdad es Verdad.

La forma de la ayuda no es la Ayuda.
La Ayuda tomará una forma sólo porque no podemos ver que sólo el Amor es Amor.


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