Páginas

martes, 5 de enero de 2010

¿crees que tienes mucho tiempo?

"Don Juan me examinó con curiosidad y rió. Dijo, en tono muy bondadoso, que ya me había dicho que todos somos unos tontos. Yo no era la excepción.

-Siempre te sientes obligado a explicar tus actos, como si fueras el único hombre que se equivoca en la tierra -dijo-. Es tu viejo sentimiento de impor tancia. Tienes demasiada; también tienes demasiada historia personal. Por otra parte, no te haces respon sable de tus actos; no usas tu muerte como consejera y, sobre todo, eres demasiado accesible. En otras pa labras, tu vida sigue siendo el desmadre que era cuan do te conocí.

De nuevo tuve un genuino empellón de orgullo y quise rebatir sus palabras. Él me hizo seña de callar.

-Hay que hacerse responsable de estar en un mundo extraño -dijo-. Estamos en un mundo ex­traño, has de saber.

Moví la cabeza en sentido afirmativo.

-No estamos hablando de lo mismo -dijo él-. Para ti el mundo es extraño porque cuando no te aburre estás enemistado con él. Para mí el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterio so, impenetrable; mi interés ha sido convencerte de que debes hacerte responsable por estar aquí, en este maravilloso mundo, en este maravilloso desierto, en este maravilloso tiempo. Quise convencerte de que debes aprender a hacer que cada acto cuente, pues vas a estar aquí sólo un rato corto, de hecho, muy cor to para presenciar todas las maravillas que existen.

Insistí que aburrirse con el mundo o enemistarse con él era la condición humana.

-Pues cámbiala -repuso con sequedad-. Si no respondes al reto, igual te valdría estar muerto.

Me instó a nombrar un asunto, un elemento de mi vida que hubiera ocupado todos mis pensamien tos. Dije que el arte. Siempre quise ser artista y du rante años me dediqué a ello. Todavía conservaba el doloroso recuerdo de mi fracaso.

-Nunca has aceptado la responsabilidad de estar en este mundo impenetrable -dijo en tono acusa dor-. Por eso nunca fuiste artista, y quizá nunca seas cazador.

-Hago lo mejor que puedo, don Juan.

-No. No sabes lo que puedes.

-Hago cuanto puedo.

-Te equivocas otra vez. Puedes hacer más. Hay una cosa sencilla que anda mal contigo: crees tener mucho tiempo.

Hizo una pausa y me miró como aguardando mi reacción.

-Crees tener mucho tiempo -repitió.

-¿Mucho tiempo para qué, don Juan?

-Crees que tu vida va a durar para siempre.

-No. No lo creo.

-Entonces, si no crees que tu vida va a durar para siempre, ¿qué cosa esperas? ¿Por qué titubeas en cambiar?

-¿Se le ha ocurrido alguna vez, don Juan, que a lo mejor no quiero cambiar?

-Sí, se me ha ocurrido. Yo tampoco quería cam biar, igual que tú. Sin embargo, no me gustaba mi vida; estaba cansado de ella, igual que tú. Ahora no me alcanza la que tengo.

Afirmé con vehemencia que su insistente deseo de cambiar mi forma de vida era atemorizante y arbitra rio. Dije que en cierto nivel estaba de acuerdo, pero el mero hecho de que él fuera siempre el amo que decidía las cosas me hacía la situación insostenible.

-No tienes tiempo para esta explosión, idiota -dijo con tono severo-. Esto, lo que estás haciendo ahora, puede ser tu último acto sobre la tierra. Pue de muy bien ser tu última batalla. No hay poder capaz de garantizar que vayas a vivir un minuto más.

-Ya lo sé -dije con ira contenida.

-No. No lo sabes. Si lo supieras, serías un ca zador.

Repuse que tenía conciencia de mi muerte inmi nente, pero que era inútil hablar o pensar acerca de ella, pues nada podía yo hacer para evitarla. Don Juan río y me comparó con un cómico que atraviesa mecánicamente su número rutinario.

-Si ésta fuera tu última batalla sobre la tierra, yo diría que eres un idiota -dijo calmadamente-. Es tas desperdiciando en una tontería tu acto sobre la tierra.

Estuvimos callados un momento. Mis pensamien tos se desbordaban. Don Juan tenía razón, desde luego.

-No tienes tiempo, amigo mío, no tienes tiempo. Ninguno de nosotros tiene tiempo -dijo.

-Estoy de acuerdo, don Juan, pero...

-No me des la razón por las puras -tronó-. En vez de estar de acuerdo tan fácilmente, debes actuar. Acepta el reto. Cambia.

-¿Así no más? .

-Como lo oyes. El cambio del que hablo nunca sucede por grados; ocurre de golpe. Y tú no te estás preparando para ese acto repentino que producirá un cambio total.

Me pareció que expresaba una contradicción. Le expliqué que, si me estaba preparando para el cam bio, sin duda estaba cambiando en forma gradual.

-No has cambiado en nada -repuso-. Por eso crees estar cambiando poco a poco. Pero a lo mejor un día de éstos te sorprendes cambiando de repente y sin una sola advertencia. Yo sé que así es la cosa, y por eso no pierdo de vista mi interés en convencerte.

No pude persistir en mi argumentación. No estaba seguro de qué deseaba decir realmente. Tras una corta pausa, don Juan reanudó sus explicaciones.

-Quizás haya que decirlo de otra manera -dijo-. Lo que te recomiendo que hagas es notar que no te nemos ninguna seguridad de que nuestras vidas van a seguir indefinidamente. Acabo de decir que el cambio llega de pronto, sin anunciar, y lo mismo la muerte. ¿Qué crees que podamos hacer?

Pensé que la pregunta era retórica, pero él hizo un gesto con las cejas instándome a responder.

-Vivir lo más felices que podamos -dije.

-¡Correcto! ¿Pero conoces a alguien que viva feliz?

Mi primer impulso fue decir que sí; pensé que po día usar como ejemplos a varias personas que cono cía. Pero al pensarlo mejor supe que mi esfuerzo sería sólo un hueco intento de exculparme.

-No -dije-. En verdad no.

-Yo sí -dijo don Juan-. Hay algunas personas que tienen mucho cuidado con la naturaleza de sus actos. Su felicidad es actuar con el conocimiento pleno de que no tienen tiempo; así, sus actos tienen un poder peculiar; sus actos tienen un sentido de...

Parecían faltarle las palabras. Se rascó las sienes y sonrió. Luego, de pronto, se puso de pie como si nuestra conversación hubiera concluido. Le supliqué terminar lo que me estaba diciendo. Volvió a sentarse y frunció los labios.

Los actos tienen poder -dijo-. Sobre todo cuan do la persona que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con el pleno conocimiento de que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la tierra. Te recomiendo meditar en tu vida y contemplar tus actos bajo esa luz."

Viaje a Itxlan
Carlos Castaneda