La mayor parte de nuestra experiencia está condicionada por algo que desconocemos. Un mundo sumergido en nuestra propia mente, con innumerables procesos psicológicos casi imposibles de controlar. Nuestra personalidad tiene marcas indelebles que se han generado en el pasado, debido a improntas en nuestra infancia, o incluso en momentos más recientes pero que seguramente, nos han pasado desapercibidos. No hace falta hablar de traumas para reconocer que nuestros recursos emocionales están profundamente dañados por el mundo tan extraño y hostil que hemos creado, y la forma en que nos tratamos los unos a los otros.
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Reaccionamos la mayor parte del tiempo. Filtramos los estímulos de nuestra interacción con todo e interpretamos de un modo automático, qué es lo atractivo y qué es lo que hay rechazar. Quien nos ataca y cómo debemos defendernos. Nuestro sistema de pensamiento es una amalgama indistinguible, entre ideales aparentemente escogidos de forma voluntaria y creencias arraigadas en el subconsciente. En nuestro fuero interno se libra una batalla entre la oscuridad y la luz, la más antigua de las batallas. Un anhelo trascendente nos impulsa, un deseo visceral nos retiene. Sin embargo, en ciertos instantes nos elevamos por encima del campo de batalla, y descubrimos que todo lo que percibimos es una mera proyección. ¿Cómo ha sucedido esa sensación de unidad? ¿Podemos hacer algo consciente para realizarla?
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Podemos tender un puente hacia el inconsciente, con cierta facilidad, si aceptamos que tememos y rechazamos lo que desconocemos. Pero lo que desconocemos somos nosotros mismos. Proyectamos el inconsciente hacia el exterior, ¡y después nos negamos a aceptar que ocultamos pensamientos y emociones! La negación es el arma más eficaz de la mente dividida, la mantiene en un estado de incomprensión y confusión constantes: oculta tras un velo imaginario, el amor permanente que subyace en cada experiencia de relación. Desconocemos al otro, al negar que él esté expresando nuestro inconsciente. Por eso el otro es tu hermano, no por ninguna cuestión emotiva o afectiva, sino porque os unís en la misma conciencia y quedáis virtualmente separados, en el mismo inconsciente. La proyección es el juicio que hacemos contra cualquiera, sea un asesino o un amigo, y en el que imposibilitamos la liberación de nuestros pensamientos inconscientes, de la sanación de nuestra mente. Al no reconocer que nuestra experiencia parte, exclusivamente, de la interpretación de las demás personas según la imagen que tenemos de nosotros mismos, confirmamos la separación (de la conciencia del inconsciente). La percepción que es un reflejo, no un hecho, proyecta tanto lo que deseamos como lo que rechazamos en los demás, por lo que, con un mínimo de honestidad, es relativamente fácil reconocer en cada relación esa contradictoria batalla entre las dos caras de la mente.
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Yo me he escondido en ti, tú no sabes que estoy adentro tuyo, por la misma falta de atención. ¡Hacerme responsable por mi experiencia de ti es todo lo que necesito para que mi inconsciente quede revelado! Atención y Responsabilidad. La atención es la conciencia alumbrando todo lo que mira, la responsabilidad el impulso del amor por fundirse con todo lo que toca. Si yo pongo la mirada del amor sobre ti, mi inconsciente ya no tiene un lugar donde esconderse.
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