-¿Con quiénes practica usted el desatino controlado, don Juan? -pregunté tras un silencio largo. El chasqueó la lengua.
-¡Con todos! -exclamó, sonriendo.
-Entonces, ¿cuándo decide usted practicarlo?
-Cada vez que actúo.
En ese punto sentí necesidad de recapitular, y le pre gunté si desatino controlado significaba que sus actos no eran nunca sinceros, sino sólo los actos de un actor.
-Mis actos son sinceros -dijo-, pero sólo son los actos de un actor.
-¡Entonces todo lo que usted hace debe ser desatino controlado! -dije, verdaderamente sorprendido.
-Sí, todo -dijo él.
-Pero no puede ser cierto -protesté- que cada uno de sus actos sea únicamente eso.
-¿Por qué no? -replicó con una mirada misteriosa.
-Eso significaría que nada tiene caso para usted y que nada ni nadie le importan en verdad. Yo, por ejemplo.
¿Quiere usted decir que no le importa si yo me convierto o no en hombre de conocimiento, o si vivo, si muero, si hago cualquier cosa?
-¡Cierto! No me importa. Tú eres como Lucio, o como cualquier otro en mi vida, mi desatino controlado.
Experimenté una peculiar sensación de vacío. Obvia mente no había en el mundo razón alguna para que yo hubiera de importarle a don Juan, pero a la vez yo tenía casi la certeza de que se preocupaba por mi en lo personal; pensaba que no podía ser de otro modo, pues siem pre me había dedicado su atención completa durante cada momento que yo había pasado con él. Se me ocurrió que acaso don Juan sólo decía eso por estar molesto conmigo. Después de todo, yo abandoné sus enseñanzas.
-Siento que no estamos hablando de lo mismo -dije-. No debía haberme puesto como ejemplo. Lo que quise
decir es que debe haber algo en el mundo que a usted le importe en una forma que no sea desatino con trolado.
No creo que sea posible seguir viviendo si nada nos importa en realidad.
-Eso se aplica a ti -dijo-. Las cosas te importan a ti. Tú me preguntaste por mi desatino controlado y yo te dije que todo cuanto hago en relación conmigo mismo y con mis semejantes es precisamente eso, porque nada importa.
-La cosa es, don Juan, que si nada le importa, ¿cómo puede usted seguir viviendo?
Rió, y tras una pausa momentánea, en la que pareció deliberar si responderme o no, se levantó y fue al tras patio de su casa. Lo seguí.
-Espere, espere, don Juan -dije-. De veras quiero saber; debe usted explicarme lo que quiere decir.
-A lo mejor no es posible explicar -dijo él-. Cier tas cosas de tu vida te importan porque son importantes; tus
acciones son ciertamente importantes para ti, pero para mí, ni una sola cosa es importante ya, ni mis acciones ni las acciones de mis semejantes. Pero sigo viviendo porque tengo mi voluntad. Porque he templado mi voluntad a lo largo de toda mi vida, hasta hacerla impecable y completa, y ahora no me importa que nada importe. Mi voluntad controla el desatino de mi vida.
Se acuclilló y pasó los dedos sobre unas hierbas que había puesto a secar al sol en un gran trozo de arpillera. Me hallaba desconcertado. Jamás habría podido antici par la dirección que mi interrogatorio había tomado. Tras una larga pausa, pensé en un buen punto. Le dije que en mi opinión algunos actos de mis semejantes tenían impor tancia suprema. Señalé que una guerra nuclear era defini tivamente el ejemplo más dramático de un acto así.
Dije que, para mí, destruir la vida en toda la faz de la tierra era un acto de enormidad vertiginosa.
-Crees eso porque estás pensando. Estás pensando en la vida -dijo don Juan con un brillo en la mirada-. No estás viendo.
-¿Me sentiría distinto si pudiera ver? -pregunté.
-Una vez que un hombre aprende a ver, se halla solo en el mundo, sin nada más que desatino -dijo don Juan en tono críptico.
Hizo una pausa y me miró como queriendo juzgar el efecto de sus palabras.
-Tus acciones, así como las acciones de tus semejan tes en general, te parecen importantes sólo porque has
aprendido a pensar que son importantes.
Puso una inflexión tan peculiar en la palabra "aprendido" que me forzó a inquirir a qué se refería con ella.
-Aprendemos a pensar en todo -dijo-, y luego en trenamos nuestros ojos para mirar al mismo tiempo que pensamos de las cosas que miramos. Nos miramos a nosotros mismos pensando ya que somos importantes. ¡Y por supuesto tenemos que sentirnos importantes! Pero luego, cuando uno aprende a ver, se da cuenta de que yano puede uno pensar en las cosas que mira, y si uno no pue de pensar en lo que mira todo se vuelve sin
importancia.
Una realidad aparte.
Carlos Castaneda
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