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martes, 12 de enero de 2010

Riqueza y Abundancia


El topo excavaba y el azor planeaba, el topo se hundía entre arcillas húmedas y gredas antiguas y el azor atravesaba cielos inéditos y nubes nuevas; el topo olfateaba y el azor miraba. El topo descendía y el azor subía. Y así hubiesen seguido todas sus vidas si un inesperado desliz de tierras provocado por la lluvia no hubiese propiciado su encuentro a la vera del bosque.

-Supongo que la lluvia no te ha venido muy bien-dijo el topo, consciente de la presencia del azor, cuyas plumas podía oler.

-Es cierto-contestó el azor-. Ha desguarnecido tanto el árbol en el que se asienta mi nido que ahora parece un esqueleto de ramas.

-A mí, en cambio-murmuró el topo pasándose la lengua por el bigote-, la lluvia me ha traído un frenesí de larvas y lombrices, de modo que cuando más hondo cavo más deliciosa es la comida.

El azor lo miró asombrado, como si no supiera qué decir. Era la primera vez que se comunicaba con un topo.

-Ya lo sabes-prosiguió el locuaz excavador-, toda riqueza viene de las profundidades de la tierra.

-Y toda abundancia-dijo por fin el azor, tocado por la gracia del sol de la media mañana-del cielo que la sostiene.

-Así será-comentó el topo-, pero de tu abundancia no comes, por muchas alas que tengas. Tarde o temprano tienes que bajar a buscar tu alimento, ésa es la ley de la tierra.

-La riqueza de la que me hablas-filosofó el azor-, está adherida al suelo, requiere esfuerzo y trabajo extraerla, mientras que la abundancia que yo evoco se brinda y ofrece con el aire que gira.

-La riqueza aumenta con la quietud de las vetas que la encierran-insistió el topo.

-La abundancia crece dejándola ser.

Viendo que jamás se pondrían de acuerdo, azor y topo volvieron cada uno a lo suyo, seguros de la verdad que sustentaban. El topo acabó sus días sobre un lecho de cuarzo rosado. El azor, cuando el primer crepúsculo de invierno se desmoronaba sobre las fauces de la noche. Un mismo color amparó lo que era riqueza para uno y abundancia para otro.

Mario Satz

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