esta es la imagen:
un hombre es un misionero atravesando, en la noche, una selva con su antorcha. Él cree guiarse, pero sin esa luz en la mano no sabría por donde proseguir, ni hallaría rastro alguno del camino. Él dispone de la energía para abrir camino en medio de la espesura y la pasión para explorar mundos desconocidos. De la mano, una antorcha que es la fe y la confianza en el Misterio, una luz que puede quemar todo lo que toca para desvanecer los obstáculos: la mujer, la esposa, la misionera. ¿Quien va primero, la luz o los ojos? Yo no sé, pero es comprensible que sin luz no hay visión. ¿Dónde estaría el sendero sin esa lumbre?
No hablo de la estabilidad y de reconocimiento mutuo en la relación de pareja (probable seguramente:), digo que no hay equilibrio mientras no reconozcamos ese poder en la propia relación con todo. El misionero no es una postura es una actitud. Ni el hombre encima, ni la mujer detrás: dentro uno del otro. La mujer, el hombre, un símbolo, o dos. Si yo me miro a mi mismo como una entidad toda, veo que tiene una identidad compartida con toda la creación. La mujer, como divinidad, es un latido desde el centro de la galaxia, el hombre la intercepta en cada estrella. No son cuerpos, son emisiones: partículas u onda.
Estoy comprendiendo que, el tiempo que tardo en aceptar su guía, es la demora que acepto donde Ella (el espíritu Santo) enfoca Su Luz. Y quisiera aconsejarle por ir otro lugar pero... ya es demasiado tarde. Es voluntad de unión estar al servicio de la comunión del Hijo de Dios y el Espíritu Santo (Shiva- Shakti). Al principio es mejor equivocarse que tener la razón: más sabio seguirla a ciegas que caminar a tientas. Al fin y al cabo, ella te muestra tu función masculina, tú la suya femenina. Y viceversa. No necesitas una novia o una esposa para ponerlo en práctica, requieres vislumbrar como llamea esa antorcha en tu propia mano.
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