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jueves, 7 de mayo de 2009

Duerme en la ilusión del Mundo.

Cuántas veces, antes de que la verdad tuviera en mí su aurora, yo, ya en el alba de la revelación, cuando el alma presentía en mí la ilusión del mundo, le decía, en mi corazón, al Maestro escondido que se aproximaba: Déjame descansar un momento más en la sombra del árbol del olvido, y bañarme otro poco en las aguas de la Apariencia. Suaves son las flores, y son falsas; dulce, en la tarde de cada verano, es el tibio canto de las aves; y apenas sí son apariencia. Es cálido tener padre y madre, y esposa e hijos, y todo eso que yo sé que no es más, en el Todo Inmanente, que la sombra que el árbol proyecta en el camino, y no el camino ni el árbol, nada más que el viento que pasa y olvida, y no es el aire por donde pasa ni los árboles en los que se mueve, ni las flores cuyo perfume se lleva lejos, entre susurros.

Boddhisattva, todos son tentados, y al pasar por cada puerta siempre hay algo que intenta hacernos volver la vista. Pero el sabio camina sin mirar al lado, porque a la Derecha está la falsa Verdad, y a la Izquierda la Mentira verdadera; una y otra, hijas del lado del Desvío, fruto sombrío del árbol del Anodadamiento.

Los rayos del sol no son el sol, ni el trigo el pan que será: sin embargo, todo es una sola cosa.

Siete son las puertas de la iniciación, y todas las puertas. Siete son los deseos que atan al hombre y la tierra y a la ilusión; siete las liberaciones; siete también las renuncias con que el alma se libera. Intenta que la Muerte guarde las puertas de tu Deseo y la Peste caiga sobre las ciudades de tu ambición. Hijo, las regulares horas miden el tiempo para los hombres, como los deseos y las esperanzas señalan el tiempo para las almas; pero las horas, como los deseos, son frutos del Árbol de la Muerte, a la que damos el nombre de Árbol de la Vida.

Boddhisattva, quien pasa las siete puertas, ¿cómo no le dolerá dejar tanto amor? La madre que veló nuestra niñez, y el padre que confiamos nuestros primeros cuidados, el hermano con el que nos sentábamos a la puerta, la hermana que venía a llamarnos al jardín; aquella a la que amamos y fue nuestra esposa y de quien son hijos nuestros hijos y hermanas las esperanzas que tenemos en su fortaleza y en su sabiduría; nuestros hijos, que son nuestra sombra en la carne, nuestra experiencia hecha Vida -todo esto ¿debemos considerarlo como en el humo que en el silencio de la tarde deja lentamente los tejados de las casas y se pierde en el aire; como el vuelo de las aves que no vuelven jamás?. Tuvimos amigos, a los que les dimos esa mitad de alma que es la confianza, y discípulos, que quisieron recibir de nuestra mano la ciencia, esa limosna que no da orgullo a quien da, y que no da humildad a quien la recibe. Quisimos que los que en la vida eran nuestros socios fuesen felices, que nuestros allegados nos amaran como a padres, y que los hombres de nuestro país dijeran: él fue entre nosotros como la sombra en el verano y como el hogar en el invierno; así pasó él, quedando en el ejemplo y en nuestro amor. Todo eso, oh Boddhisattva, ¿tan poco valdrá que hayamos de dejarlo de lado, como un peso inútil, o pasar sobre él como sobre un arroyo que atraviesa el camino?


Todo lo que hemos visto somos nosotros, y todo lo que amamos somos nosotros. Tu madre y tu padre eres tú, y tu esposa eres tú, y tú eres tus propios hijos. Lo que deseaste y amaste es el cuerpo de tu deseo, hecho, no de tierra, sino de alma, no del barro de las horas, sino del cielo humilde los afectos. Si tuviéramos que dejar tan sólo aquello que no amamos, ¿valdríamos algo más, ante lo Invisible, que los animales del campo, que huyen de lo que temen y abandonan lo que no quieren? Mata el deseo y crucifica el amor, para que al tercer día de al Renuncia suba al cielo y se siente al al derecha de al Primera Encarnación de lo invisible. Todos los lazos son cadenas, y cárceles todas las casas. Sube, Discípulo, el camino angosto; trata de perderte para que te encuentres, abdica de ti mismo para ser tú; entra en la noche para hallar el día. Todo es lo contrario y la sombra nos rodea. Duerme en la ilusión del Mundo.

Fernando Pessoa

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