Quisiera decirle algo contra él mismo: habla a Dios de él. No digo que te calles; escoge el lugar más indicado, mira a Aquel a quien hablas, en silencio, a través de un grito del corazón. Allí donde tu adversario no pueda verte, allí mismo sé bondadoso para con él. A este adversario de la paz, a este amigo de la discordia, tú, el amigo de la paz, respóndele: «Di todo lo que quieras, cualquiera que sea tu enemistad, eres mi hermano»...
«A ti te parece bien odiarme y rechazarme: ¡eres mi hermano! Reconoce en ti la señal de mi Padre. Esta es la palabra de mi Padre: eres un hermano que ama la discordia, pero eres mi hermano porque también tú, al igual que yo, dices: 'Padre nuestro que estás en los cielos'. Si invocamos a un solo Padre ¿por qué no somos uno? Te lo ruego, reconoce lo que dices juntamente conmigo y desaprueba lo que haces contra mí... Delante del Padre tenemos una sola voz, por qué no podemos tener juntos una sola paz?»
San Agustin
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